La seguridad urbana siempre ha sido
un tema importante en las grandes ciudades. Muchas ciudades han buscado
propuestas para tratar de resolver el problema de la inseguridad; desde la teoría de las ventanas rotas en Nueva
York, hasta el Plan Patria Segura en
todo el país. En mayor o menor medida, cada ciudad plantea a partir de su
realidad y situación, medidas para mantener la seguridad.
En el caso de Jane Jacobs, su
análisis no está centrado en determinar cuáles son las causas posibles de los
problemas de inseguridad, ni tampoco demostrar o buscar una generalización de
cuáles son las acciones que deben llevarse a cabo. Su labor es centra en
describir cómo funcionan las ciudades que son consideradas seguras y cómo se
diferencian de otras. A través de ejemplos Jacobs plantea su postura, la cual
expone que para tener seguridad en la ciudad necesitamos “ojos en la calle”.
Cabe preguntarse ¿Cuáles son las
implicaciones del planteamiento de Jacobs? o mejor aún ¿Cómo logramos poner
ojos en nuestras calles? Para responder estas preguntas, Jacobs nos ofrece tres
pasos que deben considerarse con más detenimiento.
Clara demarcación entre lo público y lo privado. La ciudad, llena de espacio, se
debate siempre entre lo público y lo privado. En Venezuela, el debate se centra
en cuanto espacio público estamos privatizando. La realidad es que el espacio
público es necesario y ese espacio está representado principalmente por
nuestras calles y plazas. La función del urbanista o del ciudadano dentro de lo
público, tiene que ser maximizar el uso del espacio público; maximizar la
función de nuestras aceras, calles y plazas. Para Jacobs, una calle o una acera
no son sólo espacios para soportar el tránsito de vehículos o de peatones pero
hay que acotar que si dichas calles y aceras no están acompañadas de usos que
les den vitalidad seguirán siendo sólo eso. En la medida en que nuestras
ciudades estén orientadas en la búsqueda del equilibrio entre lo público y lo
privado, en esa misma medida empezaremos a reconocer los beneficios que tiene
una ciudad que defina el rol de sus espacios.
Siempre ha de haber ojos que miren a la calle. Aunque este es el segundo paso, es
quizás uno de los más fundamentales. La calle necesita ojos que la miren, pero…
¿de dónde provienen esos ojos? En nuestras ciudades venezolanas, que en su
mayoría son ciudades modernas y carro-céntricas, esos ojos se encuentran
escondidos: dentro de las casas, de los carros y de los centros comerciales. Y
si existen lugares donde en el día se dan movimientos de personas en la calle,
la actividad dura poco o no llega a la noche. Esta realidad no solo está
marcada por la forma en como usamos los espacios [no-públicos además] sino en
la forma en que hacemos ciudad. La segregación de uso, el predominio del carro,
el poco uso de medios alternativos de transporte, la poca iluminación y muchos
otros; son factores que si bien no son determinantes, son muy influyentes en la
forma en como ponemos los ojos sobre las calles.
Un último punto respecto a esta
cuestión, ha sido la privatización de los espacios públicos y la cada vez más
constante práctica de construir en nuestras ciudades urbanizaciones cerradas,
aunado a un aumento en los conflictos políticos. Esta realidad se asemeja mucho
al fenómeno de los Turfs descrito por
Jacobs. En estos casos las bandas se apropian de calles, viviendas o parques,
donde los miembros de otras bandas no pueden entrar. En nuestro caso, no parece
ser mucha la diferencia cuando amurallamos, levantamos cercos eléctricos y
ponemos vigilancias. Fragmentar la ciudad, sin duda alguna implica fragmentar a
la sociedad e innegablemente aumenta la inseguridad.
La acera ha de tener usuarios casi constantemente. Las ciudades son ciudades
precisamente porque es allí donde, a diferencia de los pueblos y los suburbios,
se aglutinan las gentes, las ideas y, por sobre todo, las actividades. Una
ciudad muerta, sin actividad, será en esa medida insegura. Agrega Jacobs que
“cuanto mayor sea el conjunto de interesados legítimos que sean capaces de
satisfacer las calles de una ciudad y los establecimientos que en ellas están
instalados, mejor para esas calles y para la seguridad y grado de civilización
de la ciudad”. Y así parece ser en muchas áreas de nuestras ciudades, hasta que
cae la noche y se vacían las oficinas. Es necesario que existan en las calles
tiendas que funcionen a casi todas las horas del día para mantener a la gente
en la calle y para que quienes están en sus hogares se asomen a mirar. Pero en
nuestras ciudades carro-céntricas resulta imposible porque o se vive lejos de
donde uno se recrea, o nos recreamos en los centros comerciales.
Aunque el análisis de Jacobs acerca
del tema de la inseguridad es en muchos aspectos social, existen muchas
actuaciones que desde un nivel urbano pueden sentar las condiciones para mejorar
la seguridad de nuestras ciudades. Empezando por ideas simples como vivir más
cerca de donde trabajamos y recreamos, promover los usos mixtos en vez de
segregados, hasta dejar de intentar construir urbanizaciones cada vez más
cerradas y alejadas por cuestiones de seguridad, son acciones que se pueden
tomar para mejorar esta situación. Sin embargo, tenemos que entender que
cualquier objetivo planteado para resolver o mejorar el problema de la
seguridad desde una perspectiva urbana toma tiempo. El cortoplacismo ha sido
uno de nuestros grandes males porque no permite poner en perspectiva las
acciones tomadas y a tomar.
Para finalizar, recordemos un poco
esta frase de Jacobs: “la paz ha de garantizarla una densa y casi inconsciente
red de controles y reflejos de voluntariedad y buena disposición en el ánimo de
las personas”. Para hacer ciudad muchas veces hace falta mucho más que
intervenciones urbanas, que también son importantes. A fin de cuentas hacer
ciudad empieza y termina por construir ciudadanía. Jacobs lo sabía.
@jomagumo
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